La apariencia es la percepción de cada uno sobre la realidad inmediata. La imagen es primordial en nuestra sociedad. Descubrir lo auténticamente real a través de nuestros sentidos es una tarea imposible desde el mismo momento en que éstos tienen diferencias entre individuos en cuanto a su agudeza y la interpretación mental correspondiente.
La vista es protagonista indiscutible. A través de ella recibimos la impresión general y particular de todo cuanto está a nuestro alcance y es por ello que hoy día tiene una relevancia especial todo aquello relacionado con la imagen. De la radio hemos pasado a toda una industria confeccionada con el vídeo, la fotografía y la web social. Se ha creado con ello una cultura donde los aparatos para producción propia, cada vez más asequibles a una mayoría, han propiciado un crecimiento extraordinario de los contenidos personales para exposición en webs y redes sociales, aumentando aún más la relevancia de la imagen en nuestra sociedad hasta límites quizás excesivos.
Se ha llegado a un punto en que aquello que no luce bien, no sirve, puesto que le damos más importancia al continente que al contenido. Y es un fenómeno imparable que continuará creciendo hacia una diversificación de los medios para interactuar e interpretar la realidad a través de nuevos dispositivos electrónicos.
¿Qué consecuencias tiene todo esto para nosotros?
Este apego casi estricto a lo visual nos ha hecho perder el norte en muchas cosas: desde la anulación de nuestro criterio de valoración monetaria de un producto hasta el desconocimiento de las cualidades que nos pueden aportar un valor necesario, o de lo que es innecesario. La televisión absorbe en gran medida nuestra capacidad de discernir con criterio propio e inhibe nuestra capacidad de acción. Lo que ese medio introdujo se adapta ahora a Internet para brindar nuevamente imagen, con la diferencia de que es indispensable nuestra voluntad para acceder a esa información más allá de apretar un simple botón. Pero no nos engañemos, la foto se impone al texto y el vídeo a la foto, lo que demuestra que estamos hechos para cumplir la ley del mínimo esfuerzo.
¿Qué ocurre entonces con los productos que vemos? Y hablamos de productos porque no olvidemos que prácticamente todo lo que nos rodea es eso: productos. Pues sucede que cuánto más bonito, original o llamativo, captará en mayor grado nuestra atención, y lo que llama nuestra atención puede llegar a interesarnos. Por otro lado, si buscamos algo que nos interesa, ante dos productos del mismo tipo nos decantaremos por aquel que más nos impresione, primero por su apariencia y segundo por su precio.
La imagen predomina sobre el precio.
Si bien, en los tiempos que vivimos el precio es un factor de compra decisivo, a condiciones más o menos equilibradas optaremos por el producto que más destaque, ese que, en definitiva, nos ha gustado más. En muchas ocasiones, nuestra objetividad se ve fuertemente influenciada por el aspecto sin reparar si lo que buscamos nos ofrece todo lo que promete o lo que esperamos. Es lógico que ocurra así. De hecho, la presentación del producto busca ese objetivo. Pero tal vez sea buena idea detenerse un poco a pensar sobre ello para no ceder al primer impulso y valorar adecuadamente lo que tenemos delante de nosotros.
Con la fruta y la verdura ocurre lo mismo que con cualquier otro producto. Siempre escogeremos lo que tenga mejor aspecto. Es natural y correcto, pero con matices. Tengamos en cuenta que lo que nos perdemos cediendo a nuestra primera impresión son esos matices, que pueden ser tan importantes como el ahorro de dinero o la elección de una calidad mejor, o una buena relación entre ambas. Por ejemplo: gustan mucho los productos envasados; son cómodos, limpios y sabemos el precio inmediatamente. Pero ¿te has fijado alguna vez el precio que estás pagando por ese producto envasado? En productos frescos, el precio del que está envasado suele ser superior al mismo producto a granel. Para comprobarlo, haz la cuenta de lo que te cuesta el kilo de champiñón envasado y a granel y entonces decide lo que más te convenga. Se aplica lo mismo con la calidad y su relación con el precio: un tipo de manzana, preciosa, bien presentada y etiquetada no tiene que ser necesariamente mejor que otra que carezca de esas características pero sí será más cara. Simplemente tenlo en cuenta la próxima vez que vayas a comprar.
Un caso práctico.
Hemos puesto un ejemplo muy sencillo que puedes ver en las fotografías de arriba. En la primera foto vemos una manzana Royal Gala tal cual venía en la caja: a granel y categoría II. Luego, aparece la manzana recién limpiada con un trapo. Por último, en la tercera fotografía, está la manzana pulverizada con un poco de agua. Como se puede observar, hay un cambio de aspecto apreciable que hará que nos decantemos por la última pieza de las fotos, solo que: es la misma pieza. Hemos hecho algo muy sencillo: limpieza y digamos, “decoración”; pero surte efecto. ¿Vemos las posibilidades? Imaginemos ahora que limpiamos todas las manzanas de la caja, las colocamos en una capa o en una disposición atractiva y las etiquetamos. Las manzanas son las mismas pero el precio subirá sustancialmente.
Ahora nos toca a nosotros hacer nuestra elección pero será una decisión más racional, con mayor conocimiento de lo que hacemos y, por tanto, más libre. Puedes saber aquí más cosas sobre el aspecto de las frutas.
Recomendado para quienes piensan que las apariencias engañan.
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